¿Cómo comenzar a describir este lugar? Parece imposible decir con palabras la belleza y maravilla que representa la Ciudad Perdida, ese pequeño paraíso ancestral en medio de las montañas del Caribe colombiano. Su nombre no puede ser más claro, es un lugar al que no puede llegarse más que a pie. Es un recorrido solo para los viajeros que estamos dispuestos a dejar de lado cualquier comodidad y aventurarnos a caminar largas horas en un sendero bañado por el mismo sol que vio nacer a la civilización que hace miles de años vivió allí.
Primero llegamos a Santa Marta y de allí tomamos un vehículo que nos llevó hasta El Mamey, un pequeño poblado reconocido por ser el inicio del ascenso. Al llegar ya era mediodía, así que almorzamos con los locales. Después de reposar un poco nuestro almuerzo, comenzamos nuestro recorrido a pie. Tras una caminata de tres horas y unas cuantas paradas a refrescarnos en las piscinas naturales que encontramos en el camino, llegamos a La Cabaña de Adán, allí cenamos y nos hospedamos por una noche. Este hostal es el lugar en donde se quedan todas las personas que van a visitar Ciudad Perdida, por lo que nos quedamos en hamacas con mosquiteros y dormimos arrullados por una brisa nocturna deliciosa.
A la mañana siguiente, salimos muy temprano. Nos preparamos con botas para caminatas extensas y con maletas ligeras. Se venían siete horas de caminata y estábamos un poco asustados porque sabíamos que además era un sendero en subida. Acá comenzó nuestra verdadera aventura. Hacia las 5 de la mañana, el sol se asomó sutilmente entre las montañas, fue una bellísima forma de iniciar el recorrido. Nuestros pies se movían como por inercia, como si la fuerza nos la diera estar ahí viendo el amanecer. Pero después de un par de horas, el sol dejó de ser tan suave y comenzó a calentar fuerte. Por suerte, en medio del camino, varios de los locales han instalado pequeñas tiendas en donde ofrecen a los turistas agua y comida.
Mientras avanzábamos, nuestro anfitrión nos contó que en esos amplios campos que veíamos bajando la montaña antes habían sido cultivos de coca, de los cuales dependían la mayoría de familias de la zona. Pero hoy, la cosa es diferente. El 80% de los locales viven del turismo, son ellos lo que organizan los recorridos y permiten que los turistas tengamos experiencias increíbles. Para nosotros esto es un recordatorio más de que al visitar un lugar, no solo visitamos el espacio geográfico, sino que también visitamos una comunidad. Visitamos familias y hacemos comunidad.
Por fin, a eso de las 3 de la tarde, alcanzamos nuestra segunda parada: La Cabaña Romualdo. Este sería nuestro siguiente hospedaje. Antes de ir a cenar, aprovechamos para darnos un baño en el Río Buritaca. Pudimos descansar los pies con esa agua que parecía milagrosa. Cenamos y nos fuimos a dormir. El siguiente sería un día larguísimo.
El tercer día nos levantamos a las 4 de la mañana y partimos a las 4:30. De nuevo vimos el amanecer, pero este estuvo acompañado por una pequeña lluvia que nos refrescó cuando el sol se hizo intenso. Sin embargo, la caminata se dificultó un poco porque el sendero húmedo es difícil de recorrer. Nos internamos más y más en la selva y, después de un par de horas, nos encontramos con un río por el que tuvimos que pasar con mucho cuidado porque la corriente estaba un poco más fuerte de lo normal por la lluvia. Al terminar de cruzar el río, vimos el inicio de nuestra última parada: 1200 escaleras en ascenso que conducen directamente a ese lugar mágico y remoto.
Creo que nunca olvidaré la sensación que tuve al pisar el primer escalón. ¡Estoy subiendo! me grité internamente a mí misma. ¡Estoy subiendo esta maravilla! Los escalones son pequeños, por lo que hay que subirlos casi que de lado, lo que hace que el ascenso sea un tanto complicado.
Cuando por fin alcanzamos la cima, quedamos con la boca abierta. Estábamos ante una de las reliquias arqueológicas más importantes de la historia. Nuestro anfitrión nos contó que esta ciudad fue construida hacia el 700 d.C. por el pueblo Tayrona y que después de que sus habitantes la abandonaron en la época de la conquista, estuvo escondida por casi 400 años hasta que fue descubierta por guaqueros en 1973. Fue solo hasta 1976 que el gobierno colombiano supo de ella. Las terrazas que tanto llaman la atención era utilizadas para el cultivo de alimentos y también para la construcción de viviendas; tras su muerte, el habitante de la casa era enterrado debajo de la terraza con todas sus pertenencias de valor.
El resto del día estuvimos caminando por los mismo lugares donde caminaron nuestros antepasados, los verdaderos dueños de esta tierra, los que la cuidaron y formaron con sus propias manos. Para entonces, ya no nos dolían los pies, todo lo que sentíamos era una satisfacción infinita por haber logrado subir y no haber desistido en el camino.
Sin duda alguna valió la pena. Estar en Ciudad Perdida es, irónicamente, encontrarse de formas en las que uno jamás se imaginaría.