Siempre lo he dicho: no hay pueblo más acogedor que el pueblo boyacense. La gente de Boyacá es amable y buena anfitriona por naturaleza. A pesar del clima frío del departamento, esta comunidad tiene un corazón caliente y dispuesto a tender la mano al vecino y al desconocido.
Esta afirmación la hago desde la experiencia. Cada vez que visito Boyacá me enamoro un poco más del verde paisaje, de las inmensas arboledas con vacas, de las ruanas que lo mantienen a uno a buena temperatura y por supuesto a los locales.
Pero uno de mis lugares favoritos de Boyacá es el Páramo de Ocetá. Es uno de los sitios más mágicos e increíbles que se encuentran en el departamento, y el recorrido que puedes hacer está lleno de conexiones con los habitantes, lo que hace que este viaje sea uno que no se puede olvidar de ninguna forma.
El Páramo de Ocetá queda en Monguí, un pequeño municipio que queda a 97 kilómetros de Tunja, capital del departamento. Nosotros salimos de Bogotá en un bus que llegó a Sogamoso y ahí tomamos otro bus que en 45 minutos llegó a Monguí. Allá nos estaba esperando nuestro anfitrión para llevarnos al hotel para acomodarnos y luego ir a almorzar. Disfrutamos de una deliciosa gallina sancochada y de papas y cubios. La gastronomía boyacense es variada, exquisita y sobre todo abundante. Quedamos repletos y a pesar de que el tiempo estaba perfecto para hacer una pequeña siesta, decidimos ir a bajar el almuerzo con una caminata por la Peña de Otí en donde hay un mirador. Estuvimos contemplando el hermoso paisaje por un rato y al regresar asistimos a uno de los planes que más disfruté: un taller de elaboración de balones.
Verán, Monguí es reconocido porque allá se hacen balones a mano, es decir artesanales. El taller es dictado por una de las familia que desde hace generaciones se dedica a fabricar balones. Este saber es tan importante que no solo tiene un peso cultural sino que también económico, pues es la forma de sustento de la mayoría de familias que viven acá. Volvimos al hotel y nos fuimos a dormir temprano porque al siguiente día había que madrugar.
En la mañana, nos dieron un increíble desayuno campesino y arrancamos para el Páramo de Ocetá. En nuestro recorrido pudimos disfrutar de la visita a algunas esculturas muiscas que se conservan desde hace cientos de años y que dan cuenta de que este territorio vio a los pueblos que pisaron, habitaron y construyeron esta tierra y su cultura. Seguimos caminando y de vez en cuando parábamos a tomar fotos o simplemente a ver la increíble diversidad del páramo. A pesar del frío, se nos encendía el corazón con tan hermosa vista. Mientras tomamos el almuerzo en la montaña, nuestro anfitrión nos explicó la importancia de la preservación no solo de este, sino de todos los páramos colombianos y por qué es muy bueno apoyar el ecoturismo en este tipo de espacios, pues no solo el turista está conociendo de forma responsable, sino que también el guía y el local está haciendo un trabajo digno y responsable con su propio espacio.
Después de un largo recorrido de aproximadamente siete horas llegamos a la Laguna de Penagos, en donde inicia el descenso de una hora. Allá nos estaba esperando el transporte que nos llevó de nuevo a Monguí.
El tercer día tuvimos la libertad de escoger entre los talleres que ofrecen los locales, acá conocimos el verdadero peso cultural de este sitio. Lo que enseñan son las técnicas que conservan generaciones y generaciones atrás. Monguí y su gente es fiel a su tradición y a enseñarla a quienes vienen a conocer este precioso paraje en Boyacá. Más tarde fuimos a la Basílica y Claustro de Nuestra Señora de Monguí, que por cierto es patrimonio cultural de Colombia, donde pudimos apreciar una hermosa arquitectura colonial y también ver las pinturas del importante pintor colonial Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos.
Almorzamos con algunos de los locales y hasta acá llegó nuestra visita. Fue corta pero la disfrutamos como más queríamos hacerlo, con la gente y con la tierra, agradeciéndoles a ambos por lo que ofrecen a quienes van a vivir esta maravillosa experiencia.